
Los Caballeros Arios del Uritorco y el mito del Bastón de Mando a los Comechingones
Por Miguel Altamira. Corresponsalía Capilla del Monte.
Los caballeros arios del Uritorco
Wotan: Dios principal de la mitología nórdica.
Ciertos grupos esotéricos argentinos lo responsabilizan de haber entregado El Bastón de Mando a los Comechingones de la zona del Uritorco.
Los mitos crecen ante la falta de datos. Como dijo el historiador Hugh Trevor-Roper, "son el triunfo de la credulidad sobre la evidencia". Efectivamente, se alimentan del vacío que dejan los archivos incompletos, agigantándose y perdurando en el tiempo gracias a los enormes agujeros negros que tiene el conocimiento histórico.
Los mitos y la deshonestidad intelectual se hermanan en la construcción de historias que devienen en realidades cuando se las repite una y otra vez. En tanto la crítica no tenga el mismo espacio que tienen las fantasías y los delirios , la mitología anclará en la opinión pública.
La misteriosa ciudad de Erks tiene, por supuesto, a sus sabios. Hombres preparados que, a través de sus escritos esotéricos, pretendieron darle a la temática un tono académico rozando lo antropológico, lo sociológico, lo histórico, y terminó acercándose a un discurso científico de lo más imaginativo.
Desde mediados de la década de 1980, coincidentemente con el retorno de la democracia, se empezaron a publicar libritos de limitada circulación , que reflejaban la idea, la necesidad ,de "restablecer el equilibrio y la justicia en la Tierra".
No es casual que esta interpretación orgánica de la sociedad, floreciera en el seno de agrupaciones explícitamente filonazis que, como esotéricos que decían ser, trajeron a colación leyendas originadas en la Alta Edad Media, como es el caso concreto del Santo Grial.
Entonces, una vez más, tal como había acontecido en la Alemania del NSDAP, acá en Argentina, de manera desprolija y sin la participación del Estado, empezaron a pulular teorías difusionistas que hablaban de una Raza Superior Antiquísima, blanca (aria), justa y sabia, que había poblado, controlado y enseñado las bases de la civilización a los pueblos precolombinos.
Racismo, xenofobia, antisemitismo y delirios arianistas, disfrazados de misterios y enigmas del universo, iniciaron una lenta pero efectiva colonización de conciencias. Y las sociedades originarias, subestimadas, disminuidas a meras tribus de salvajes ignorantes, se convirtieron en conglomerados inútiles que, por sí mismos, habían sido incapaces de desarrollar el avance tecnológico, cultural y espiritual, sin el apoyo (directo o indirecto) de esos hombre blancos, venidos de allende los mares, varios siglos antes que Colón, casi parafraseando a nuestro actual presidente.
Ignoradas intencionalmente por una ciencia oficial, conspirativa y mentirosa según el discurso esotérico en ciernes, todas y cada una de esas antiguas migraciones habían sido ocultadas al común de los mortales. Sólo ellos, la crema y nata de la intelectualidad vernácula, guiados en principio por la intuición, la canalización telepática de información y una desinteresada búsqueda de la Verdad (para ellos siempre con mayúsculas) eran los únicos capaces de revelar a las minorías preparadas ese mensaje.
El grado de manifiesta hipocresía era alarmante. Algunos mintieron conscientemente, a sabiendas de estar reescribiendo la historia a partir de falsos presupuestos e interpretaciones que no se apoyaban en ninguna prueba, sino en fantasías de cuño propio. Otros en cambio, verdaderos mitómanos patológicos, terminaron creyéndose sus propios delirios y, aprovechando la ignorancia de mucha gente en la materia, levantaron una andamiaje de relaciones y "hechos" que nunca habían ocurrido.
Viejas mentiras nacidas en cenáculos místicos del siglo XIX, especialmente aquellas que venían de las entrañas mismas de la Escuela Teosófica, pasaron por el tamiz de ese "nacionalismo esotérico" que tan bien describe en su libro Hernán Brienza.El refrito tuvo éxito dentro de grupos cerrados (casi sectarios); y, retroalimentado sin crítica alguna en esas pequeñas células de elegidos, creció y terminó instalándose en la sociedad hasta el día de hoy.
El atractivo de esa rebeldía intelectual se confundió con la estupidez. Pero no importó. Los argumentos más increíbles les resultaron plausibles y así, fantasía y realidad se confundieron de tal modo, que fue posible imaginar la llegada de vikingos a Bolivia, a Paraguay y Brasil, o templarios a Capilla del Monte y la Patagonia, buscando el mítico Santo Grial.
Como era de esperar, aparecieron nuevos héroes y mártires intelectuales. Hombres incomprendidos que a fuerza de tesón buscaron despabilar a la humanidad, sacrificando su vida al anonimato. Acoglanis puede ser considerado uno de ellos.
Pero en este desfile de sabios y autoridades ocultas no fue el único. Hubo otros. Uno en particular, nombrado en páginas anteriores, cuya vida también estuvo llena de sucesos improbables y se hizo pública en la década de 1980 a través de un libro de esoterismo.
Su nombre era Orfelio Ulises Herrera.
Orfelio Ulises portando el Bastón de Mando de los Comechingones
Ilustración. No hay fotos de este particular personaje nacido en Bolívar (Pcia de Buenos Aires) y formado, según el discurso esotérico argentino, en la mítica ciudad de Shambalá.
Es sintomático advertir cómo en determinados ámbitos surge siempre la necesidad de inventar sabios para justificar dichos y hechos que carecen de fundamento lógico o son falsos. La falacia del experto funciona a la perfección. Sus voces bastan para sentenciar lapidariamente Verdades universales aún sin tener ninguna prueba en la que apoyarse. El testimonio basta. La palabra revelada es suficiente. De ahí la inclinación de exhibir títulos, curriculum vitae o habilidades como señal de sapiencia, sin importar si lo que "los sabios" esgrimen son o no disparates. Es notable el tiempo que los "diabólicos" invierten en estos menesteres.
Es lo que, de alguna manera, ocurrió con Ángel Acoglanis.
También con el mencionado Orfelio Ulises.
Son casos parecidos, aunque con una diferencia clara: de Orfelio Ulises sólo tenemos referencias a partir de un texto esotérico escrito por el abogado Guillermo Alfredo Terrera que, en pocas palabras, fue quien lo lanzó a la palestra. Sólo por su testimonio sabemos de la existencia y extraordinarias cualidades de ese "Gran Maestro Hermético".
Guillermo Alfredo Terrera
Vehemente abogado nacionalista y místico. Sus escritos son otros de los grandes responsables de las fantásticas historias que se cuentan sobre el Cerro Uritorco, la ciudad intraterrena de ERKS y la búsqueda del Santo Grial en tierras cordobesas.
En el libro de Terrera, Wolfram Eschenbach, Parsifal, Orfelio Ulises-Leyenda y Metafísica, y en una síntesis del mismo realizada por otro conspicuo miembro del esoterismo nacionalista argentino, Fernando Fluguerto Martí se consignan los siguientes datos sobre el personaje, que resumimos seguidamente (en condicional, como podrá observarse).
Orfelio Ulises Herrera habría nacido en una estancia cercana a la ciudad de San Carlos de Bolívar, provincia de Buenos Aires, en 1887. A sus 26 años (de los cuales no hemos encontrado absolutamente ni un solo dato) viaja a Shambhala, en el corazón de Tíbet, donde permanecerá ocho años (entre 1913 y 1923 aproximadamente) recibiendo el "Conocimiento Hermético" de parte de los sabios monjes de la región. Cumplido el curso, habría sido enviado a misionar a nuestro continente, recalando primero en México y, desde allí, tras siete años de peregrinaje, recaló en Chile ("para estudiar –dice Martí- el conocimiento de los proto-arios". Del país trasandino habría pasado a nuestra provincia de Córdoba con una nueva orden (que le dieran telepáticamente): encontrar el sagrado Bastón de Mando de los comechingones. Objeto de poder que habría hallado finalmente en 1934 y que conservaría hasta 1948, año en el que se lo traspasaría al abogado Guillermo Terrera, último depositario conocido del tan importante objeto.
Convengamos que de este poderoso maestro poco más es lo que se sabe. Pero lo que se dice saber de él es en verdad inverosímil.
En primer lugar, la ciudad de Shambhala jamás existió. Ni en el Tíbet, ni en el desierto de Gobi, ni en ningún lado. Es una urbe imaginaria que los esoteristas creen es la sede en donde se puede conocer la voluntad Dios y en la que reside el Rey del Mundo, un supuesto monarca que, adelantándose al actual proceso de globalización, gobernaría el planeta entero desde las sombras, desarrollando arduos trabajos en pos de la evolución espiritual de la humanidad. No cualquiera puede entrar a ese lugar. Hay que tener un nivel "vibracional" especial. Tan especial como el que se requiere para entrar en Erks, ciudad con la que comparte otro aspecto: ambas son urbes subterráneas (intraterrenas, suena mejor).
"Allí se encuentra un mundo oculto
Allí se encuentra un mundo oculto,
misterioso, desconocido y prohibido.
Donde habitan entidades con tecnologías más allá de nuestra comprensión,
Y el conocimiento se mantuvo oculto para nosotros en esta otra dimensión.
¿Será revelada alguna vez la verdad?
Las fuerzas terrestres de poder y codicia deben ser para siempre selladas,
El conocimiento prohibido para ejercer la guerra.
Cuando la humanidad aprenda,
A utilizar los conocimientos adquiridos en estas tierras extrañas.
Para el beneficio de la humanidad,
entonces encontraremos la entrada a ese mundo."
Convengamos que estas referencias vuelven el viaje de Orfelio a Shambhala extremadamente dudoso e improbable (por no decir imposible, evitando así que los "mente-amplias" nos critiquen).
Es un dislate que no merece ningún otro comentario (al menos en este trabajo).
Pero no es todo.
Tenemos también que referirnos al objeto sagrado que el bolivarense nativo encontrara en inmediaciones del cerro Uritorco: el Bastón de Mando de los comechingones.
¿Qué nos dice el místico abogado Terrera y sus discípulos al respecto?
En este punto el salto fuera de la realidad es descomunal; pero muy interesante por las conexiones que podemos hallar con otros dislates; no tan inocentes como la de esa simple piedra.
El Bastón de Mando de los Comechingones
Objeto místico esotérico al que se le atribuyen poderes especiales capaces de iniciar un Nuevo Orden en el planeta y muy especialmente en América Latina.
Todos los "diabólicos" coinciden en afirmar que el Bastón de Mando de los Comechingones era (es) un cetro sacrosanto de enorme poder, no sólo simbólico sino bien concreto y real. Un objeto con el cual era posible actuar directamente sobre la realidad.
"Una antena para comunicarse con la divinidad", dicen unos. "Un canal directo con los Hermanos Superiores", sostienen otros. "La llave definitiva para entrar en los reinos subterráneos", afirman los creyentes de Erks. Y como si todo eso fuera poco, el bastón le daría, a quien lo poseyera, el poder necesario para liberar y dominar el mundo.
Así todo, decenas de personas con formación académica creyeron (y creen) en todo esto, compitiendo incluso por poseer el bastón. Claro indicio de que un título universitario no significa nada, o muy poco, cuando las quimeras invaden la forma que se tiene de ver el mundo. Una forma muy particular, por cierto.
Sin más referencias documentales que el libro de Guillermo Terrera, la tradición cuenta (¡Oh grandiosa tradición!) que el bastón había sido buscado por distintas potencias extranjeras, aunque sin éxito alguno. Sólo el bueno de Orfelio Ulises lo habría conseguido "desenterrando ( ) del escondite en el cual había permanecido oculto durante siglos: el cerro Uritorco."
Pero el cetro lítico no venía solo: "Apareció junto a otros dos objetos, una piedra circular parecida a un moledor (conana) y un tercero (un trono de piedra) que el descubridor quiso se quedará en el lugar."
Cuenta Terrera que "El Bastón auténtico [porque hay que aclarar que se hicieron copias para proteger el verdadero ] fue encontrado partido en tres trozos de 43, 40 y 28 centímetros y que mide 1,11 metros de longitud y 4 centímetros de diámetro. Pesa algo más de 4,5 kilogramos. Esculpido en basalto negro, el pulido de la piedra fue datado en más de 8000 años, lo que desconcierta a historiadores y arqueólogos."
Y claro que desconcierta. Aunque a esta altura del partido, los exagerados 8000 años de antigüedad, es lo de menos. Lo que perturba realmente es el nivel de credulidad que gira en torno de semejante falacia, en especial cuando leemos respecto del origen de tremenda reliquia.
De acuerdo con lo expuesto por Terrera, los comechingones, aborígenes que se ubican en la región de la actual provincia de Córdoba antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI, eran sus poseedores originales. No es mucho lo que se sabe de este pueblo. Las crónicas españolas son escasas y, cuando hacen referencia a ellos, destacan una característica física: eran indios que usaban barba. Cosa rara en el mundo precolombino, en el que las caras lampiñas eran la regla. De estos rasgos, y de la ausencia de información, se agarrara Terrera para imaginar una historia paralela en la que los comechingones devinieron en un pueblo de origen nórdico, de una altura por encima de lo normal, barbados, de piel clara y rubia.
¡Por fin llegamos a los indios blancos!
Toda persona que haya estado alguna vez en las selvas sudamericanas podrá reconocer que decenas de leyendas referidas a tribus misteriosas, tienen clara vigencia aún hoy. En las selvas de Perú, Bolivia o Brasil se comenta a diario sobre la aparición (siempre esporádica) de "indios blancos, rubios y con ojos claros", miembros de una tribu perdida no catalogada, que buscan constantemente mantenerse aislados de la civilización. Los rumores se acumulan, se difunden en las tertulias celebradas alrededor de las cervezas nocturnas y, en esas condiciones, los "indios blancos" cobran una realidad muy difícil de ser negada. Se les adjudican poderes fuera de lo común; vestimentas que no concuerdan con el estereotipo del silvícola tradicional y, últimamente, un elevadísimo grado de espiritualidad que los acerca más a los iluminados gurús de la New Age, que a los herejes politeístas de las crónicas españolas del siglo XVII.
Cuando los europeos se desplazaron por el mundo, en momentos de la última gran expansión imperialista (fines del siglo pasado y principios del XX), creando colonias y explorando regiones hasta entonces no transitadas por occidentales, supieron recopilar extraños informes sobre aborígenes de piel muy clara, habitando rincones que el sentido común jamás hubiera considerado propicios para el desarrollo de comunidades blancas. El mito del indio rubio se propagó como una mancha de aceite por los cinco continentes y no tardaron en ser considerados los responsables de las más magníficas obras arquitectónicas de la antigüedad. Ya sea en África, Asia o América, la raza blanca se endosó todo aquel pasado que, a ojos de un explorador europeo, resultaba admirable.
Este argumento posee una dosis peligrosamente oculta de racismo. Expliquemos, brevemente, porqué.
Cuando, en el siglo XIX, el auge de la arqueología, y el interés por las antiguas civilizaciones orientales o precolombinas, empujaron a los estudiosos europeos a abandonar sus ciudades y trasladarse a los rincones más extraños del planeta para practicar in situ sus investigaciones, se llevaron la gran sorpresa de toparse con testimonios culturales que jamás habían imaginado. El régimen colonial les abría las puertas a nuevos mercados, a más y variadas materias primas, pero también a un pasado totalmente ignorado y que no encajaba con los prejuicios del hombre culto, burgués y europeo de entonces.
Las ruinas egipcias, mayas e incas que salían a la superficie, tras siglos de olvido, no parecían concordar con la situación social de los países en las que se levantaban. Regiones pobres, dependientes, con un sistema educativo deficiente o inexistente, como así también una tecnología por completo importada de Europa, habían poseído en el pasado antecesores maravillosamente creativos y con una disposición técnica que sus descendientes contemporáneos habían perdido u olvidado. ¿Cómo era posible que "simples indios o negros" pudieran haber construido obras de arquitectura e ingeniería tan fabulosas? ¿Cómo adjudicarlos a sociedades semisalvajes logros tan magníficos en el campo de las artes? No cabía otra explicación que ésta: sus constructores eran miembros de una raza desaparecida, superior y, por supuesto, blanca.
Así, pues, fenicios y romanos, cartagineses y griegos, vikingos o atlantes, habrían difundido sus legados culturales por todo el mundo, enseñando, a los pobres salvajes, métodos y técnicas que luego éstos olvidarían para siempre. Estas teorías difusionistas fueron muy convenientes para los colonizadores europeos de los siglos XIX y XX, puesto que con ellas creaban un precedente histórico para la ocupación y explotación imperialista. Si se fijaba un origen extranjero ("blanco") a los monumentos arqueológicos que se encontraban, se legitimaba y justificaba la apropiación de ricas regiones del planeta. "Nosotros, los blancos, hemos estado primero aquí. Les hemos enseñado todo y ustedes lo perdieron. Aquí estamos, nuevamente, para civilizarlos". Ninguna sociedad cobriza o negra era considerada capaz, por sí misma, de alcanzar un nivel de civilización y progreso propio del hombre blanco. Racismo puro.
Por lo tanto, los rumores sobre "indios rubios" venían a confirmar los postulados del imaginario racista que analizamos (por más que los mismos exploradores o arqueólogos no fueran conscientes del arraigado prejuicio que cargaban).
Misioneros y censistas; cazadores y exploradores; aventureros y contrabandistas, sean del grupo étnico que sean (indios, blancos, mestizos, mulatos, negros), continúan (actualmente) denunciando avistamientos de indios rubios que, como las sombras de la selva, pasan y desaparecen, sin saberse nunca a dónde van.
Pero no es todo.
Volviendo al Bastón de Mando de los comechingones, y teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, es lógico que dentro de ese esquema ideológico se afirmara, como lo aseveró el abogado Guillermo Terrera, que no habían sido esos "indios" los verdaderos fabricantes del bastón, sino un dios.
El dios de dioses: Vultán o Wotan, deidad de origen nórdico asociado a Odín.
¿Indios blancos al pie del Uritorco? ¿Dioses nórdicos recorriendo América, trayendo los fundamentos de la civilización? ¿Milenarias culturas, altamente tecnificadas y con un elevado conocimiento espiritual, en los orígenes mismos de nuestro continente? ¿Simbología germánica en las antiquísimas ruinas precolombinas? ¿Textos medievales que anuncian una primigenia expansión de arios por todos lados?
Éstos y otros delirios racistas son los que sobrevuelan, conciente o inconcientemente, muchas de las afirmaciones y "teorías" que se siguen repitiendo con relación a la historia del Uritorco.
No hay nada inocente en todo ello.
La ideología se filtra con ponzoña por las grietas abiertas de la historia. La ignorancia y escasez de datos ha abierto, y siguen abriendo posibilidades infinitas a la hora de imaginar e inventar el relleno con el que esos huecos son tapados.
Fantasías peligrosas.
Delirios que persiguen objetivos claros.
Credulidad y locuras que terminan siendo creídas e instaladas en el imaginario de millones.
Romanticismo y aventuras filo-nazis que pasan inadvertidas, mezcladas con el emergente discurso neoconservador del espiritualismo New Age.
Esto es lo que ocurre cuando las quiméricas especulaciones, terminan convirtiéndose en "hechos comprobados" y nadie cuestiona nada, dejando que los discursos, expresados con seriedad y voz grave, imperen sin más.