La historia de una de las pocas derrotas del poderoso Imperio Romano
Por Rubén O. Scollo
La historia de Roma, no siempre estuvo atada a las victorias de sus poderosos ejércitos que enfrentaban a sus enemigos avasallándolos por completo. Si bien contaba con soldados entrenados y difíciles de vencer, antes de cada conquista definitiva, ellos también tenían muchas veces una gran cantidad de bajas. En Hispania se les combatió tanto como en la Germania, u otros puntos de la geografía de entonces. Allí las ciudades de Cauca, Numancia entre tantas, supusieron un severo dolor para un Senado acostumbrado a las victorias. En lo que sí eran unos maestros desde la ‘urbs’ era en pasar por alto, algunas de las debacles más sonadas de sus unidades. Y una de ellas fue la destrucción de una legión romana a manos de los partos en el 161 d.C.
Por historiadores como Dión Casio, nacido en ese mismo siglo, sabemos lo que sucedió: tras una revuelta, el monarca de Partia, Vologases III, asaltó Armenia y aniquiló una legión comandada por Severiano. Lo que se desconoce y ha provocado un gran revuelo entre los historiadores presentes y pretéritos, es cuál era aquella unidad. El debate sigue abierto. Según narra el divulgador Stephen Dando-Collins en “Legiones romanas”. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas”, la lógica dicta que los hombres aniquilados pertenecieran a la Legión XXII Deiotariana. Pero es solo una de las muchas posibilidades que esgrimen los expertos. El enigma, una vez más, sigue abierto.
En más de una oportunidad se producían revueltas contra los legionarios de la omnipotente Roma, centro del mundo de entonces. Pero hay una historia que comienza con la muerte de un anciano llamado Antonino Pío. El emperador, recordado por regir Roma valiéndose de la paz como arma, exhaló su último aliento el 9 de marzo del 161 d.C. por culpa de una profunda enfermedad. Tras su partida dejó en el poder a sus dos hijos adoptivos: Marco Aurelio y Lucio Vero. Algo que, según Dando-Collins, no se había visto jamás en la historia del imperio.
Así lo confirma el propio Dión Casio, en su extensa “Historia de Roma”. Allí el autor afirma que en principio, Marco Aurelio fue el que tomó las riendas de la ‘urbs’. Su carácter lo llevó a pedir ayuda a “Marco Antonio, el filósofo”, tras acceder al trono luego de la muerte de Antonino, su padre adoptivo, compartió inmediatamente su poder con Lucio Vero, el hijo de Lucio Cómodo.
De acuerdo a lo que afirman los historiadores David Barrera y Cristina Duran en “Breve historia de la caída del Imperio romano”, el cambio agitó las aguas de Partia. En el reino, ubicado al norte del actual Irán, el monarca Vologases III armó a sus hombres y se dispuso a asediar las posesiones imperiales en la zona. Su máxima no era otra que aprovechar el momento de incertidumbre y la supuesta debilidad de sus enemigos. De esta forma se reanudó una contienda que había comenzado en el siglo I y que, durante dos más enfrentó a ambos bandos por el control de Siria, Mesopotamia y Armenia. Como mascarón de proa destacaba su caballería, una de las pesadillas de las legiones romanas.
Según palabras de Dando-Collins, la legión de Severiano que estaba resguardando esa región tuvo que enfrentarse a las dos armas secretas de los partos. En primer lugar, los ‘catafractos’: jinetes acorazados cuya montura contaba también con armadura pesada y que podrían ser definidos como los carros de combate de la antigüedad. Y la otra amenaza eran los arqueros montados; combatientes capaces de dejar caer una lluvia de saetas sobre la infantería sin recibir daño alguno.
“Vologeso, según parece, había empezado la guerra cercando por todas partes la legión romana que, bajo el mando de Severiano, estaba estacionada en Elegeia, una plaza de Armenia, destruyendo a golpe de flechas a toda la fuerza, incluyendo a sus mandos”.
En todo caso, la resistencia planteada por la legión de Severiano permitió a Marco Aurelio ganar tiempo para organizar un contingente que detuviera a un ejército invasor que Dión Casio define como “poderoso y formidable”.
Dos mil años después todavía existe un misterio que rodea a este suceso: la unidad concreta, con nombres y apellidos, que fue borrada de la faz de la Tierra. Dando-Collins es partidario de que Severiano dirigía a la XXII Deiotariana. Para ello, se basa en un estadillo posterior –de la época de Marco Aurelio– en el que se enumeraba a las veintiocho legiones a las órdenes del emperador. “La XXII Deiotariana no se incluía entre ellas”, sentencia. En sus palabras, es probable que aquellos hombres estuvieran acuartelados en Armenia después de que Adriano los trasladara hasta primera línea en el 135 d.C. como una forma de disuadir a los posibles invasores.
La otra opción que baraja el experto es la popular IX Hispana. Su alumbramiento tampoco está claro. Para Juan José Palao, profesor de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca, “los primeros testimonios de una legión IX parecen situarse en el primer tercio del siglo I a.C” . Aunque, según explica, todo apunta a que el origen más probable sea una legión con este mismo numeral creada por Octavio (futuro emperador Augusto) en el 40-41 a.C.