El color del Boca- River, a pesar de una bombonera sin público
Por Rubén Omar Scollo
Las notas de color no sólo brindan color; esas notas proporcionan todo “un rico y colorido espectro impregnado de imágenes, sensaciones, emociones, reflejadas en corazones pletóricos de alegrías o quizás de insólitas frustraciones”. Y en Argentina, tal vez más que en otras tierras, el fútbol es un espectáculo que mueve multitudes a pesar de la pandemia. Claro que sin banderas, sin bombos, sin hinchas eufóricos balanceándose en las tribunas. Sin “la Doce” o “los Borrachos del Tablón” entibiando las geografías cercanas al campo de juego.
Si nos situáramos en Córdoba, un Talleres, Instituto o un Belgrano rivalizando entre ellos los mano a mano, marcan mundos de desenfreno, un carnaval de hechos y de sabores que acompañan al espectáculo deportivo en sí. Aunque sin desmerecer lo de la Docta, lo local…El Boca-River, no es pasión a la argentina, es pasión mundial; porque un Barcelona-Real Madrid o un Juventus-Milan, un Manchester City versus United… ¿ son tan movilizadores como lo que sucede en los estadios nacionales?...Claro que no. Y menos aún, si el estadio está ubicado en La Boca.
La mítica “bombonera” es sinónimo de espectáculo, de pasión de masas y es allí entre sus fauces, que se pierde la noción del tiempo para trasladar las mentes a lo supra-deportivo. Ya desde temprano la parcialidad de River en Núñez, hizo el aguante a sus colores, hizo los mil y un honores a la divisa millonaria. Las calles de ese barrio cercano al límite con la zona norte del GBA, se llenaron de banderas rojiblancas. Alentaron, mientras por los canales de televisión se veía llegar al equipo de Gallardo a las inmediaciones del escenario “xeneize”.
Por el otro lado, a las puertas del estadio boquense se homenajeaba y se pedía por Maradona con resoplidos de trompetas y de la gente que bailaba al son de la música. La “bombonera” pintada de un azul furioso contrastando con ese oro especial, único, recibía a “su” micro con cánticos inigualables.
Unos y otros son los ganadores, serán y lo seguirán siendo en todos los tiempos. Porque el color de los clásicos nacionales, continentales y mundiales, llevan tanto ese azul y oro como el rojiblanco. Y muchas veces si bien los resultados importan, lo que más se siente es la pasión; esa pasión que late en cada jugada, en cada corazón de hincha furibundo. Atrás quedó ese uno a uno. Las expulsiones de Zambrano y de Casco; las corridas de Capaldo, las tapadas de Armani o de Andrada. El clásico fue otra vez color, sabor, olor a estadio vacío, pero con los corazones llenos de fútbol.