El geriátrico del desastre

El geriátrico del desastre

En la ciudad de San Francisco, cuatro ex empleadas del geriátrico “La tercera edad” - domiciliado en Rivadavia al 400- denunciaron una serie de irregularidades del mismo como ser ancianos mal alimentados, pocos elementos de higiene para mantener limpio el lugar y a sus residentes, maltratos a las empleadas y hasta problemas para abonarles el sueldo. A raíz de las denuncias,  fue allanado primero por orden judicial y luego clausurado por el Tribunal de Faltas de la Municipalidad el pasado viernes 9 de abril.

Tras este hecho,  el fiscal Oscar Gieco- quien es el que ha tomado responsabilidad de la causa- trata de determinar  es si hubo abandono de persona en los diez adultos mayores que residían en este sitio y que debieron ser reubicados. Según el funcionario judicial,  al momento de realizarse el allanamiento  no había médico ni nutricionista atendiendo a los residentes a causa de la “falta de pago”. Además, se constataron otras irregularidades como la ausencia de gas para que los residentes puedan bañarse y se denunció que los higienizaban con agua fría.

Las cuatro denunciantes son Gabriela Aguilera, Nora Lazzarini, Verónica Alexander y Susana Cattelan,  quienes en algún momento del año pasado estuvieron bajo las órdenes de Daniela Mercado y Jesús Martínez, la pareja que estaba al frente del geriátrico luego de que falleciera su dueña, madre de la mujer.

Las mujeres sostienen haber pasado por diversas situaciones mientras cumplieron distintas funciones en “La tercera edad”. Ellas aseguran haber dejado de trabajar en la residencia geriátrica debido a las discrepancias que tenían con los propietarios actuales ante su forma de manejar el geriátrico y velar por sus residentes.

Gabriela Aguilera es la empleada más antigua de las cuatro y comentó que al lugar por medio de la Oficina de Empleo, donde hacía un curso; y la anterior responsable del lugar, Silvana, le pidió que se quede. A pesar de que cumplía tareas de limpieza, de a poco fue adquiriendo mayores responsabilidades.

Aguilera explicó:“Cuando fallece Silvana empecé a hacer más horas para dar una mano y que continúe funcionando el lugar para no quedarnos sin trabajo. Otras chicas se habían ido, yo hice el sacrificio de quedarme y ayudar a Daniela (Mercado) para que sigamos adelante. Todo empezó bien, después ellos tomaron el control. Empezó una competencia infantil, discutir por esa necesidad de decir ‘el dueño soy yo’”.

Tambié, comentó  que cumplía generalmente el turno de la mañana, desde la 7 hasta pasada la siesta: “En varias oportunidades no había qué darles a los nonos para desayunar. A veces eran dos rodajas de pan con el té, así a secas. Sacábamos de nuestro bolsillo muchas veces para ir al almacén y comprar para el desayuno. Me decían que después lo iban a devolver con el sueldo, pero nunca pasaba”.

La trabajadora aseguró que era imposible no encariñarse con los ancianos que cuidaban, a quienes veía desprotegidos: “Cuando iba la nutricionista le decían que comían la dieta que ella dejaba, pero no era cierto. Los nonos estaban bajos de peso, era mala la alimentación y había falta de higiene”, aclaró, situaciones que fueron confirmadas en el allanamiento según el fiscal.

Gabriela remarcó que muchas mañanas estuvo sola atendiendo a todos los abuelos, despertándolos, preparándoles el desayuno para luego bañarlos. También debía entretenerlos con algún juego, darles el almuerzo y acostarlos: “Varios días eran así, ya no daba más. Pedía que pongan más gente y me decían ‘ya vamos a salir adelante’. Pero no nos pagaban el sueldo así que menos iban a sumar gente”.

Por su parte, Nora Lazzarini - quien trabajó alrededor de seis meses en el geriátrico- resaltó que los propietarios actuales estaban “muy ausentes” y que cuando se los llamaba por diversas cuestiones surgían los desencuentros.

“Faltaban muchas cosas en el lugar: comida, artículos de limpieza para el lugar y para los nonos”, cuestionó.

Lazzarini remarcó que la mala alimentación era producto de que no se le habría hecho caso a la nutricionista, la que se terminó yendo también por falta de pago: “Comían pasta, pollo hervido, puré, pizza, los dueños no seguían las instrucciones de la nutricionista, que estuvo hasta fines de octubre del año pasado, se cansó y renunció”, mencionó. “Cuando me fui una abuela había bajado 15 kilos en comparación de cuando entré”, puso como ejemplo.

Luego se refirió a otra constante: la falta de medicamentos: “El médico era el responsable cuando estaba, pero se fue también por falta de pago y la mala atención que tenían los abuelos”, recordó.

En el caso de Susana Cattelan y Verónica Alexander son madre e hija. Verónica había comenzado unos meses antes a trabajar que Susana en esta residencia de ancianos, pero ambas se fueron al mismo tiempo. Ellas justificaron su renuncia por una agresión de parte de la dueña hacia la joven en medio de una discusión. Por esta situación, realizaron  una denuncia.

Cattelan expresó que en los dos meses que estuvo, pasó de todo hasta la violencia hacia su hija. "He visto muchas cosas, como los colchones en pésimo estado; faltaba jabón, papel higiénico casi no solía haber, era una lucha todo el tiempo trabajar allí. Me fui triste del lugar por los abuelos”, sintetizó. 

El argumento de la denuncia

Las cuatro mujeres denunciaron la falta de cobro y el maltrato sufrido, pero aseguraron dejar de lado sus reclamos personales. Por esta razón recurrieron a la Asociación de Trabajadores de la Sanidad (Atsa), en San Francisco, sindicato el cual está dirigido  actualmente por Gabriela Sidler, quien acompañó a las trabajadoras a tribunales.

Sidler detalló a El Periódico que el gremio hizo denuncias “en todos los entes administrativos de la Municipalidad manifestando la situación, más allá de la parte laboral, me pareció que había que darle conocimiento a la Justicia porque la situación era insostenible”.

Al clausurarse el lugar, Gabriela Aguilera manifestó que sintió “tranquilidad” ya que los abuelos iban a ser reubicados. Susana Cattelan, en tanto, sostuvo que vivió sentimientos encontrados: “Por un lado me generó alivio, alegría, los abuelos son libres y van a tener una vida mejor. Pero también recordé que no fue fácil llegar a este momento”.

Para Sidler, “seguramente también hay otros geriátricos en situaciones similares”, aunque se esperanzó con que lo sucedido “sea ejemplificador, no solamente para los que tienen geriátricos sino también para los funcionarios que deben controlar estos lugares”, cerró.

Según se pudo saber, hasta el momento no había imputaciones por este caso.

 

Fuente y fotos: El Periódico