
Las fiestas, la soledad y las esquirlas emocionales de la pandemia
Por Pilar Viqueira. Especial para CodigoCBA.
En un mundo que ya venía en constante cambio, imponiendo adaptación, la epidemia de la soledad en la era de la híper conectividad se agravó con la pandemia y sus esquirlas sanitarias, psicológicas y económicas.
A casi dos años del dictado de las primeras restricciones a nivel global, la nueva normalidad le costó salud mental a millones, solos o acompañados.
En octubre de 2020, la OMS alentó a los Estados a destinar recursos para paliar los efectos nocivos del aislamiento, que se profundizaron desde entonces debido a la constante incertidumbre con respecto al coronavirus y sus variantes.
El acceso a ayuda profesional ya era crítico antes de la pandemia y empeoró; entre muchos otros factores, por los aislamientos y el riesgo de infección que implica acudir a centros de atención de larga duración.
Para quienes viven o, directamente, están solos, todo es más difícil; en especial, en épocas culturalmente identificadas como especiales, como las fiestas de fin de año.
Japón
Países como Japón avanzaron con planes para cuidar la salud mental de su población “sola”.
En febrero de 2021, el gobierno puso en marcha un área gubernamental denominada Ministerio de la Soledad, para que tome medidas para paliar padecimientos asociados a la soledad.
Datos alarmantes motivaron la decisión: en 2020, más de 20 mil personas se quitaron la vida en Japón, 750 más que el año anterior, marcando el primer aumento interanual en 11 años.
Se trata del segundo Estado que tomó cartas en el asunto. En 2018, Inglaterra creó una dependencia similar para lidiar con una problemática que afecta a nueve millones de personas en el país (el 13,7% de la población total); en especial, a los mayores de 75 años.
“Hikikomori”
En Japón, los mayores esfuerzos se dirigen a los dos segmentos más afectados por el distanciamiento: las mujeres y los niños
Los funcionarios de la nueva cartera deberán atender (y entender) una problemática que afecta a Japón desde hace tiempo y que se intensificó durante la crisis sanitaria, porque redujo las oportunidades de interacción para el ya solitario pueblo nipón.
En japón coexisten dos fenómenos: el síndrome de los llamados “hikikomori” y las “kodokushi” (o muertes solitarias).
El primero se estudia desde la década del 90. Se trata de personas que viven en aislamiento social por decisión propia. El segundo es un término que hace referencia a quienes viven solos y mueren sin nadie a su lado.
Los hikikomori son ermitaños de la modernidad que esquivan el contacto con sus semejantes. Algunos no abandonan sus casas durante años.
Las autoridades japonesas estiman que hay medio un millón de ellos, pero los expertos creen que la cifra es más alta porque a veces tardan años en pedir ayuda.
El trastorno se consideró cultural en sus inicios. Las rígidas normas sociales, las altas expectativas de los padres y la cultura de la vergüenza hicieron que en la sociedad japonesa pulularan sentimientos como la incompetencia.
La condición se extendió y la desconexión física también es común en otros países de Asia, como Corea del Sur, y también en Estados Unidos, España, Italia, Francia.
La soledad se suma a otro padecimiento en aumento, la ansiedad grave, manifestada como miedo, fobia, obsesividad y angustia.
En Dinamarca, un estudio del Instituto de Investigación sobre la Felicidad precisó que la suba de casos de aquel trastorno durante 2020 fue exponencial; especialmente, entre los jóvenes.
Argentina
En Argentina, el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA hizo relevamientos desde marzo de 2020 y en uno de los últimos precisó que la incertidumbre es el sentimiento que más perjudica la salud mental de los argentinos, seguida por sensaciones como cansancio y agotamiento.
“Podría hipotetizarse que la continuidad de la pandemia en el mundo y en Argentina ha promovido la permanencia (y en algunos casos, la maximización) del conjunto de incertezas que atraviesan todos los ámbitos de la vida: salud física y mental, trabajo, familia, economía y proyectos de vida. En tal sentido, esta incertidumbre multidimensional es posible que siga constituyendo una verdadera ‘incubadora’ de emociones negativas, como angustia, temor al futuro y depresión”, precisó la investigación.
En vista de los acontecimientos recientes, con la variante ómicron circulando a nivel global, las conclusiones del observatorio están vigentes.